Más triste que fastidioso, más desconcertado que desilusionado, más decepcionado que enojado, el Cholo Simeone consideraba, a sólo horas de la derrota contra Gimnasia, en Jujuy, que su River había tocado fondo.
En ese contexto, ni se le cruzaba por la cabeza irse ( "Sería de cobarde... y último no me voy ni loco" ) o deslindar responsabilidades ( "Sea como sea, este plantel lo armamos nosotros y no le falta huevo, le falta juego" ). Y aun sin tener clara la estrategia para afrontar, después de tantas pruebas y ningún resultado, en la intensísima semana que se le venía, confiaba en algo: peor no podían estar.
Error: después del empate contra Newell´s, en el Monumental, y de la derrota contra Lanús, en el Sur, River quedó mucho más lastimado que la mano derecha del entrenador, herida que refleja mejor que nada el momento que viven tanto él mismo como su equipo.
Y como si no bastara con el último puesto, por debajo de tres equipos que pelean por evitar el descenso, y la histórica racha de 11 partidos sin victorias, con apenas 5 empates y 9 goles a favor, se le ha agregado la resurrección de Boca. Aunque parezca que ha pasado un siglo, hace sólo poco más de tres semanas, el archirrival se había transformado en un cabaret y no había resultados que lo disimularan: a 8 puntos de líder, estaba tan lejos de la lucha por el título como el propio River, pero en un ambiente muchísimo peor. Después del receso por la miniserie eliminatoria llegó el superclásico y, con él, el trampolín para uno y el tobogán para el otro. A River, está claro, le tocó el peor juego en la plaza.
Lo que le queda por delante es algo más que una hazaña. Ganarle a Chivas de Guadalajara, en México y en estas condiciones, para conseguir el pase a las semifinales de la Copa Sudamericana se parece mucho más a un milagro.
No hay un sólo argumento objetivo que permita sostener un posible triunfo de River: los jugadores no han mostrado jerarquía individual ni rebeldía para sobreponerse a la adversidad; el equipo no ha mostrado funcionamiento colectivo ni versatilidad para adaptarse a las variantes; el entrenador no ha encontrado el sistema que potencie los recursos que tiene... Hay que apelar a la esencia imprevisible del fútbol, sólo a eso, para oponerse a la idea de que esto es cosa juzgada.
Y de concretarse la hazaña, el milagro, entonces sí habrá que imaginar que esta historia, que parece motivada por algún maleficio, podría cambiar. Tan grande sería el logro, que debería impulsar indefectiblemente hacia arriba a un River que debe sentir en sus pies el barro del fondo del pozo.